Las fotos actúan con vida propia ya que vuelan, llueven y se resisten a ser ordenadas. Las manos de la archivista-performer quiere atraparlas, ordenarlas, reproducir sus imágenes, pero ella queda suspendida
en un tiempo onírico, anacrónico, un tiempo del recuerdo; entre espacios y tiempos generados por el tratamiento de las velocidades y las transparencias de las tomas superpuestas.
Se gesta una nueva transformación como acontecimiento vivificante del archivo mediante el procedimiento del pasaje del archivo quieto fotográfico a un archivo de video en movimiento. Dicho pasaje que es el desplazamiento de la quietud al movimiento crea vida a partir la proyección de la bailarina (grabada en 1996) ya que se la ve recorrer el espacio, bailando libremente por el lugar y por el cuerpo de la archivista
(por su pecho, su espalda, su cabeza, una mano), se la ve bailar dentro del marco de las fotos para finalmente fugarse y desaparecer atravesando la pared de la casa. Aparece en este capítulo la música
original de la obra como nuevo contraste entre ellos.
Por momentos la bailarina-archivista aparece multiplicada por sus sombras por ejemplo se aprecia su brazo real y su sombra casi con el mismo grado de presencialidad o virtualidad.
Esta multiplicación de imágenes atraviesa el concepto de infinito (continuidad de tiempo y espacio), la yuxtaposición de temporalidades y la convivencia de tiempos pasados presentes y futuros.
Estos dos capítulos se potencian en contraste y ambos están atravesados por extrañamientos que dan vida a singularidades como la proyección de una bailarina pequeña del tamaño de una
muñeca en el brazo de la performer, fotos lloviendo y reflejos que multiplican imágenes componiendo el universo poético.